martes, 31 de agosto de 2010

Primer capítulo de El Libro Azul de SAid Chamie www.editoradigital.com.ar



1
Esa noche fue distinta, no hubo sombras danzarinas en la habitación, el catre Celedón se negó en sus formas a ser un río crecido y las mantas desistieron deambular en la espesura del aire; esa vez, los fantasmas que traían el espanto a sus temores y se hacían mortales de nuevo -clamando una respuesta ante la demencia-, se esfumaron como un humo sin fuerza.
Los cielos encendidos extinguieron sus llamas y el ardor prolongó los rumbos de su proceder fuera del suplicio diario, y las bestias rojizas, incandescentes, de ojos amarillos como linternas furiosas y pájaros chillones con alas sin plumas y garras mortales, desistieron en la penumbra combatir contra la histeria incomprendida del paciente diez G.
En el cuarto, un silencio placentero confundía la monotonía del momento, maquillada de parsimonia la tempestad se resguardaba, un rincón impenetrable de lluvia y temor, contrarios de fantasía y realidad.
Salió del Celedón por quinta vez en la nocturna eternizada por flagelos ajenos y voces de iracunda sapiencia; nuevamente recorrió los pasos impresos tiempo atrás, era la primera vez en seis meses que podía transitar su escuálido cuerpo en la tarima donde sus ficciones tenían peso y color. Con los brazos extendidos hacia los lados y la cabeza agonizante, reclinada completamente en la nuca, el enfermo mental Hebreo Lante, recluido en el sanatorio Leroux a causa de un rivalizante trastorno mental, producto de desequilibrios de orden cerebral y profundos estados depresivos, ideas inconexas, saltos temáticos y continuas alucinaciones íntimamente relacionadas con la supuesta afinidad con una mujer extraterrestre, bailaba solitario ante la confusión de un paz cuadriculada, dualismo de intemperie y claridad.
-          Noche fugaz, manto ilusorio, maldita y deliciosa blasfemia creada- escribió de aquella noche en la que comenzó a plasmar en hojas amarillentas, crayoladas naranjas, acontecimientos de un habitante lúcido en el infierno, eso que tituló alguna vez con el nombre de Revelaciones. De esa nocturna espesa escribió después:
-                  Sombrío silente que opaca la función del siniestro, luces sin brillo habitan en la piel herida de mis días sin claros. ¡Oh! Cuánto espasmo, paroxismo ininteligible, naturaleza recreada en hojas vírgenes, noche fugaz manto ilusorio, maldita y deliciosa blasfemia creada. No hay cabida para la razón, cuestionamientos como: ¿cuanto durará este tierno sabor de paz? o ¿por qué ahora duermo entre laureles, por qué hasta ahora? ¿Cuál es la diferencia del tiempo que muestra la realidad y el que esconde la fantasía? Quedarán sin ser resueltas, recluidas en el pozo rebosante de la desesperación, hoyo sin fondo que de cuando en vez vomita aguas pútridas, llanto cautivo. 

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